domingo, 22 de marzo de 2009

El peor enemigo de la creatividad

Alabad a vuestro nuevo señor, profesareis su credo y destituiréis cualquier signo de disidencia ante su acaparador poder. Así dicho, colocad todo aquello adquirido con "vuestro criterio" en un altar para alabar al omnipresente, atemporal y todo poderoso dios del buen gusto.

Y es que desde los luminosos recovecos de una casa de campo decimonónica brota la voz de Nietzsche para resaltar la supresión del superhombre, la relegación de un tesoro que sólo nos es propio a nosotros mismos. Desoyendo el arrebato de Zulueta, minamos cada vez más ese susurro, esa latencia que poco a poco se apaga y, al mismo tiempo, acaba con nuestro ser.


Poniendo precio al conformismo estético-social nos sentimos mejor: ¿si es caro, como puede ser de mal gusto? Exacto, es prácticamente imposible que nuestro criterio erre si vamos con el fajo de billetes por delante. Desgraciadamente es así y probablemente, como Teseo, estemos demasiado sumergidos en el laberinto como para encontrar el camino recto sin ayuda. Aún así, el negocio prosigue y sólo de vez en cuando de entre la espesa niebla del “lameculerismo” se asoma un atisbo de verdadero criterio, un soplo de aire innovador que pronto amainará para dejar paso de nuevo al mal olor.

El batacazo con tanta vergüenza acogido por los coleccionistas que ejemplifica esto a la perfección ha sido el cuadro pintado por el supuesto alumno de Goya, que hasta ahora se había considerado obra del maestro de la pintura negra.

La verdad, la selección de estas obras de arte por coleccionistas amantes de la jactancia hogareña, propia de la pedantería aristocrática del siglo XIX, dejan entrever en muchas ocasiones la frustración de no poder tener la capacidad crítica y el juicio para conformar un criterio propio.

De entre todo esto, contemplamos esfuerzos (muchas veces, ejercicios de futilidad) dirigidos a desapegarse del fango de la mediocridad, de crear eco sonoro entre las paredes de los altos estratos artísticos mediante la adquisición de obras de arte vanguardistas. Y no sobre estos se encuentran aquellos que atendiendo el pretexto artístico compran grandes obras maestras para mantener fijos sus activos a lo largo de las fluctuaciones económicas.

Lástima, sin lugar a duda, no por la cantidad de coleccionistas sin personalidad propia, sino por los estándares tan fuertemente apuntalados que gestan una amonestación para que desechemos nuestro sincero gusto y lo sustituyamos por otro que no es nuestro, pero sí es “bueno”.

Así que, sin más dilación subamos todos al monte Carras y elijamos el bloque de mármol que más nos cautive y, vayamos incluso más lejos, demos forma a un gusto que se agote en nosotros mismos y esculpamos en ella las santas palabras que tantas veces nos ha costado pronunciar y todavía más gritar: “el retirado del mundo, conquista ahora su mundo”.

Narenei
Alter Ego, Alter Nos

Me llamo Raymond, supongo que en parte ya me conocéis. Quizá no haya mucho en lo que explayarme considerando que lo más trascendental ya está explicitado, dado que si como bien se dice, nos conformamos en tanto los demás nos ven, somos una mera descripción del imaginario social conjunto. Ese es mi alter ego y también el tuyo, la concatenación de una serie de representaciones artísticas y culturales que plasman nuestro carácter como conjunto, que definen una opinión generalizada de una actitud y un pensamiento diluido en el conglomerado social.
Una descripción un tanto drástica; ¿acaso habrá una salida a todo este embrollo? Algunos aclaman que los estereotipos en el arte y la sociedad son imprescindibles, en tanto pueden ser destruidos, pero la realidad es que nuestra dependencia a estos es tan inherente como lo es nuestra pretensión a reducir y simplificar tendenciosamente cualquier objeto de pensamiento que nos repare complejidad. Pero, ¿podremos algún día construir los tabiques de la innovación sin reposarlos sobre los cimientos de los estereotipos pautados? La respuesta se limita a la afirmación tantas veces dada: somos lo que experimentamos. Ahora bien, son las asociaciones más o menos remotas las que pueden aflojar más o menos las riendas de esta montura secular. El estiramiento de ese cuarto compás para dar cabida a la nota que “no toca”, captar el momento de luz, más allá de las formas que subyacen bajo éste. Y es que del primer espasmo de disidencia e inconformismo surge el genio, la individualidad creativa y artística, aquella que introduce una nueva variable a la ecuación, o mejor aún, altera su orden para denotar un nuevo tipo de belleza mucho más complaciente y alejada de cualquier verdad cansada.
Desafortunadamente, la maquinaria engranada que sustenta la composición creativa ha puesto etiqueta y marca a cada uno de sus ahora “productos” y llegada la curiosidad masiva del público extranjero lo han bordado con unas preciosas lentejuelas que brillan un bonito “made in Spain”. En el caso de la música, la conformidad ante las exigencias de una discográfica puede significar la subyugación (incluso a veces la destrucción) de la personalidad individual creativa del autor musical

La costumbre es un gigante difícil de apedrear, pero cuando se derriba, el clamor hacía su entramado pasivo es total. Y es que cuándo no nos hemos preguntado cuántas veces hemos recorrido el mismo camino, porque pues seguimos resignándonos al mismo paisaje. Hay hipótesis que adjudican este tipo de comportamientos a la armonía innata, es decir, a nuestra predisposición a sentir apego por lo bonito para el ojo. Pero, si bien las rupturas con este tipo de armonía no nos reportan un placer inmediato, sí lo hacen posteriormente y con creces. ¡Hay!, pero que sería de nosotros si pudiésemos postergar un placer inmediato en pos de uno venidero de mayor envergadura. La respuesta es simple: dejaríamos de ser animales. Es por eso, que los estereotipos agilizan la tarea, conectan con el apelado de manera primitiva y conocida, para que este pueda entender y, consecuentemente, disfrutar. Y es aquí donde entra en juego el alter ego de los mayores genios de la historia, esa tendencia de superhéroe con trastorno bipolar. Los retratos de Ignacio Pinazo o los anuncios de Penélope Cruz estereotipados en yuxtaposición con sus realizaciones artísticas propias, conservando su identidad creadora. Porque, no nos engañemos, ellos mismos son conscientes del grado de alienación propiamente gestado.