viernes, 1 de abril de 2011

jueves, 31 de marzo de 2011

miércoles, 3 de junio de 2009

El crepúsculo de la esperanza

He querido dedicar una efímera, pero didáctica (espero) reflexión acerca de la cita de Píndaro que lleva un tiempo ocupando un lugar privilegiado en la parte superior de mi blog. Mi primer contacto con esta pequeña perla de sabiduría tuvo como anfitrión el libro de Albert Camus, (filósofo franco-argelino) El mito de Sísifo. Este ensayo es considerado por muchos como la culminación de la filosofía del absurdo. Tras una guerra devastadora, supongo que el contexto fue puramente propicio para arraigar esta convicción.


Sísifo, fue un titán que como muchos otros desafió la potestad olímpica. Por ello, fue desterrado a permanecer al pie de un peñasco por el que todos los días rodaba una piedra cuesta abajo. Tenía pues, que empujar la roca cuesta arriba. No obstante, esta siempre acababa bajando, atrapándole eternamente en un cometido absurdo.

La idea de absurdidad es abordada con mano de hierro por nuestra razón. El hombre reniega litúrgicamente cualquier cosa que no esté subyugada por una causa “eficiente”. Nada es porque sí. Mírese la polémica y el clamor masivo hacia la teoría de la pérdida de datos de Stephen Hawking. Camus plasma con esta analogía mitológica la idea del “hombre absurdo”, aquél que llegado el momento es consciente de la inutilidad de su vida. Y, acaso no somos nosotros a su manera sísifos empujando rocas en vano, sea en sórdidas oficinas, sea en redacciones abarrotadas, sea en fábricas alienadas. ¿Cuál es el fin? Se pregunta la mente atormentada. Consuelo le doy, Sísifo no ha podido contestar a esa pregunta en 3000 años.

¡Maldición! Esto nos lleva a otra cuestión y siento comunicar al lector que esta vez Sísifo no estará de colchón para absorber el golpe. A diferencia de Sísifo, quien sabía la causa de su tormento, nos encontramos andando a tientas entre una barahúnda de sinrazones, ante una ausencia de primer motor. Consecuentemente, esta puesta en escena conlleva una carencia de justificación (que tanto necesita la razón humana), reduciendo la cuestión al sinsentido, al absurdo.

“No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio” (Albert Camus. El mito de Sísifo). Un tanto drástico, lo sé. Pero como también se explicita y como creo que todos sabemos (aunque no nos detengamos a observarlo): “Uno debe imaginar feliz a Sísifo”. Personal y desafortunadamente, creo que es la única manera de evitar el asesinato en primerísimo primer grado. Triste, lo sé, pero al menos no absurdo.

lunes, 1 de junio de 2009

Coronando la inmortalidad


En un pasaje remoto e inexplorado, surcaban los oxidados filos de los machetes españoles un camino que llevase al País Dorado. Para todos los miembros de la intrépida expedición, la finalidad de esa mortífera odisea se revestía con largos collares dorados y lujos de una cuantía inimaginable. Para todos, excepto uno. Al frente de una empresa tan pretenciosa caminaba con determinación un hombre cuyos ojos escribieron uno de los mayores hitos de la historia. Un hombre cuyo motor no era la recompensa, sino el perdón. Un perdón que la Corona de Castilla no iba a otorgar a un precio accesible.


Me refiero a Vasco Núñez de Balboa. Aquél a quien los libros de historia describen de manera indiferente y superflua, congelándolo en la miscelánea de lo pasado y desproveyéndole de la vida que, aunque indecente, le llevó a coronar la inmortalidad la mañana de un 25 de septiembre ahora ya muy lejano.

Tras consagrar un pacto con el obsequioso cacique Comagre de una tribu cercana a Enciso, Balboa interrogó indebidamente a éste para aclarar el paradero del País Dorado. La explicación y las indicaciones estaban siendo del todo aclaratorias, pero un acontecimiento hizo que su atención se desviase del oro y el lujo a la vanidad del recuerdo venidero. Dada la ignorancia de los viajeros acerca de los arbitrarios nombres indígenas de las fallas y los paisajes, el cacique tuvo que describir el viaje gráficamente, y fue cuando hizo mención al estrecho donde "uno puede ver ambos océanos" que Balboa dejó de pensar en el oro que compraría su redención con la corona y comenzó a sopesar el convertirse en un mito que le mantendría con vida más allá de su muerte.

De inmediato partió con todos los hombres disponibles, entre ellos, el más fiel de sus seguidores y amigos, Francisco Pizarro. Tras semanas bajo un manto sudoroso de vegetación tropical y un sol despiadado; tras varios encontronazos con otras tribus indígenas y enfermedades cuya inmunología se tardaría aún tres siglos en obtener, el destacamento se acercó a la cima donde coronaría la eternidad. El sol brillaba como una moneda recién acuñada y el céfiro entremezclado perfumaba el día con ansias de eternidad. Mediante una orden tajante, Balboa impidió que nadie le siguiera. Quería que el momento fuese suyo, no quería compartirlo con nadie, quería ser el primer europeo en contemplar la lontananza del océano ignoto hasta ese momento. Dichoso aquél que pueda coronar la consciencia de su misión en la vida y llevarla a cabo fructuosamente.

Contemplando detenidamente ambos océanos e imbuido en el significado que la historia otorgó al momento, Vasco Núñez de Balboa sabía que el eco de su nombre resonaría a través de la ecuménica eternidad. Contempló lo que le había sido predestinado con la garganta acongojada, con ojos por el brillo del mar y la humanidad reflejados; saboreando una ambrosía divina de la que no muchos han sido dignos. Y así, el nombre de Vasco Núñez de Balboa: un extraño, un noble arruinado, una leyenda, un mártir… brilló. Brilló tanto como la humanidad se lo permitió.

domingo, 24 de mayo de 2009

Una historia verdadera


Fue una tarde muy introspectiva y la noche no parecía plantearse de manera diferente. Los ingredientes básicos, los esenciales. Yo, mi inquietud y algo en lo que pensar. Como sazonador, decidí añadir un toque de especias viciosas; una cajetilla de tabaco, comprada expresamente para aguantar la larga noche; una botella de vino, el más barato que encontré, puesto que el fin no era precisamente el del placer degustador; y, por último, la esperanza de encontrar en una de las muchas caratulas una historia que pudiese propulsar todos elementos al estado deseado.

La decisión fue unánime. El tabaco y el alcohol decidieron el título del largometraje que perturbaría la noche y, quien sabía, quizás el sueño también. El rótulo sobreimpreso me impacto de inmediato, “Una historia verdadera” de David Lynch. Dadas las circunstancias y la irrealidad de la situación me pareció contradictoriamente gracioso, así que preparé todos los elementos indispensables para proceder con mi plan.

Primera aproximación: demasiado cotidiano, prosaicamente vulgar para cumplir las expectativas que tenía puestas para esa noche. Pero una vez más, mi predilección por el director salvo lo que hubiese sido un cambio de planes insatisfactorio. La película comenzó con una serie de planos descriptivos en los que se mostraba un típico paisaje del norte de EE.UU. Pincelando la trama paulatinamente, dejaba de lado el apresuramiento típico, para asentar las bases de una historia prometedora: un veterano de la segunda guerra mundial con artritis y casi ciego, está a punto de emprender un viaje con su segadora (sí, su segadora) a través de los vastos campos de Iowa hasta llegar a casa de su hermano moribundo en Wisconsin. Con ánimo, inunde la copa con otra dosis de efusividad.

A medida que avanzaba la película, no pude evitar sentir que lo que era narrado era la historia de un camino. No obstante, las vicisitudes no la limitaron a una simple anécdota. Noté de inmediato algo extraño en la mirada del protagonista. Con el tiempo, me di cuenta que los hechos no tomaban de la mano a los protagonistas, sino al revés. El flujo del devenir ya no era irrevocable, sino que sus corrientes podían y eran conducidas por aquellos que le daban significado.

Tras acabar de ver la película, me tomé todo el tiempo que el ajetreado mundo me ha venido arrancando para observar el paisaje que tantas veces ha llamado a mi ventana. Contemplé con detalle todo lo que me envolvía con esmero, como si encerrase un secreto que había de averiguar. Por un momento creí oler los versos de Herman Hesse fundiéndose con el perfumado aroma de la noche.

Y en un momento dado, decidí mirar la hora: las 03:45. Había pasado una hora y media desde los créditos revestidos con la tierna música de Angelo Baladamenti y la sensación había sido aunque efímera (a mi parecer al menos), muy intensa. Tenía que imprimir esta sensación de alguna manera para no olvidarla y, mejor aún, poder revivirla en algún otro momento de mi vida. Así que abrí un documento de Word y escribí lo siguiente:

Canto, canto esta oda al individuo que respira presente y exhala futuro, individuo que bombea tiempo, tiempo que le perteneció, pertenece y siempre le pertenecerá.

lunes, 18 de mayo de 2009

俳句

He aquí el elemento sintetizador por antonomasia, el haiku. Estos son poemas breves de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Me recuerda, en parte, sino fuese porque tiene una finalidad ética y moral menos degradante, a la labor de un copywriter publicitario. Claro está, la diferencia es que el verdadero arte agota su finalidad en sí mismo y no en el bolsillo de los contribuyentes corporativos.

Aquí viene mi zambullida en el arte japonés pre-tokugaico


Vivió su vida
Soñando levantado
Murió tumbado


Ojos azules
Rehúyen cementerios,
Eterno agobio


Tortuga sedienta
Caparazón desalojado
Sonrisa felina


Las parcas tejen
Sombras languideciendo
Zapatos de nadie




Sazonado con una buena dosis de Hipócrates

Comienzo esta sección de aforismos, que iré complementando con el paso del tiempo (a medida que mi capacidad de síntesis vislumbre esencias y principios varios), coronando con una cereza el pastel. Una frase del tirano compasivo, Julio César, el general romano de la famosa decimotercera legión, tras haberle sido comunicado el fallo del Senado que le declaraba un traidor a la República y, por lo tanto, un desterrado.

"Los hombres creen lo que quieren creer"

He aquí mis ocurrencias. IMPORTANTE: Ante cualquier indicio de inexactitud, irracionalidad o subjetividad errada, por favor relean el primer aforismo mostrado.

"Nuestros problemas son tan importantes, como importancia les otorguemos"

"La ambición en mayor o menor grado plasmada conforma nuestra personalidad"

"El hombre al igual que el niño no sabe de dónde viene ni a dónde va, la única diferencia entre ellos es la consciencia de este planteamiento por parte del primero y la ignorancia del mismo por parte del segundo".