miércoles, 3 de junio de 2009

El crepúsculo de la esperanza

He querido dedicar una efímera, pero didáctica (espero) reflexión acerca de la cita de Píndaro que lleva un tiempo ocupando un lugar privilegiado en la parte superior de mi blog. Mi primer contacto con esta pequeña perla de sabiduría tuvo como anfitrión el libro de Albert Camus, (filósofo franco-argelino) El mito de Sísifo. Este ensayo es considerado por muchos como la culminación de la filosofía del absurdo. Tras una guerra devastadora, supongo que el contexto fue puramente propicio para arraigar esta convicción.


Sísifo, fue un titán que como muchos otros desafió la potestad olímpica. Por ello, fue desterrado a permanecer al pie de un peñasco por el que todos los días rodaba una piedra cuesta abajo. Tenía pues, que empujar la roca cuesta arriba. No obstante, esta siempre acababa bajando, atrapándole eternamente en un cometido absurdo.

La idea de absurdidad es abordada con mano de hierro por nuestra razón. El hombre reniega litúrgicamente cualquier cosa que no esté subyugada por una causa “eficiente”. Nada es porque sí. Mírese la polémica y el clamor masivo hacia la teoría de la pérdida de datos de Stephen Hawking. Camus plasma con esta analogía mitológica la idea del “hombre absurdo”, aquél que llegado el momento es consciente de la inutilidad de su vida. Y, acaso no somos nosotros a su manera sísifos empujando rocas en vano, sea en sórdidas oficinas, sea en redacciones abarrotadas, sea en fábricas alienadas. ¿Cuál es el fin? Se pregunta la mente atormentada. Consuelo le doy, Sísifo no ha podido contestar a esa pregunta en 3000 años.

¡Maldición! Esto nos lleva a otra cuestión y siento comunicar al lector que esta vez Sísifo no estará de colchón para absorber el golpe. A diferencia de Sísifo, quien sabía la causa de su tormento, nos encontramos andando a tientas entre una barahúnda de sinrazones, ante una ausencia de primer motor. Consecuentemente, esta puesta en escena conlleva una carencia de justificación (que tanto necesita la razón humana), reduciendo la cuestión al sinsentido, al absurdo.

“No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio” (Albert Camus. El mito de Sísifo). Un tanto drástico, lo sé. Pero como también se explicita y como creo que todos sabemos (aunque no nos detengamos a observarlo): “Uno debe imaginar feliz a Sísifo”. Personal y desafortunadamente, creo que es la única manera de evitar el asesinato en primerísimo primer grado. Triste, lo sé, pero al menos no absurdo.

lunes, 1 de junio de 2009

Coronando la inmortalidad


En un pasaje remoto e inexplorado, surcaban los oxidados filos de los machetes españoles un camino que llevase al País Dorado. Para todos los miembros de la intrépida expedición, la finalidad de esa mortífera odisea se revestía con largos collares dorados y lujos de una cuantía inimaginable. Para todos, excepto uno. Al frente de una empresa tan pretenciosa caminaba con determinación un hombre cuyos ojos escribieron uno de los mayores hitos de la historia. Un hombre cuyo motor no era la recompensa, sino el perdón. Un perdón que la Corona de Castilla no iba a otorgar a un precio accesible.


Me refiero a Vasco Núñez de Balboa. Aquél a quien los libros de historia describen de manera indiferente y superflua, congelándolo en la miscelánea de lo pasado y desproveyéndole de la vida que, aunque indecente, le llevó a coronar la inmortalidad la mañana de un 25 de septiembre ahora ya muy lejano.

Tras consagrar un pacto con el obsequioso cacique Comagre de una tribu cercana a Enciso, Balboa interrogó indebidamente a éste para aclarar el paradero del País Dorado. La explicación y las indicaciones estaban siendo del todo aclaratorias, pero un acontecimiento hizo que su atención se desviase del oro y el lujo a la vanidad del recuerdo venidero. Dada la ignorancia de los viajeros acerca de los arbitrarios nombres indígenas de las fallas y los paisajes, el cacique tuvo que describir el viaje gráficamente, y fue cuando hizo mención al estrecho donde "uno puede ver ambos océanos" que Balboa dejó de pensar en el oro que compraría su redención con la corona y comenzó a sopesar el convertirse en un mito que le mantendría con vida más allá de su muerte.

De inmediato partió con todos los hombres disponibles, entre ellos, el más fiel de sus seguidores y amigos, Francisco Pizarro. Tras semanas bajo un manto sudoroso de vegetación tropical y un sol despiadado; tras varios encontronazos con otras tribus indígenas y enfermedades cuya inmunología se tardaría aún tres siglos en obtener, el destacamento se acercó a la cima donde coronaría la eternidad. El sol brillaba como una moneda recién acuñada y el céfiro entremezclado perfumaba el día con ansias de eternidad. Mediante una orden tajante, Balboa impidió que nadie le siguiera. Quería que el momento fuese suyo, no quería compartirlo con nadie, quería ser el primer europeo en contemplar la lontananza del océano ignoto hasta ese momento. Dichoso aquél que pueda coronar la consciencia de su misión en la vida y llevarla a cabo fructuosamente.

Contemplando detenidamente ambos océanos e imbuido en el significado que la historia otorgó al momento, Vasco Núñez de Balboa sabía que el eco de su nombre resonaría a través de la ecuménica eternidad. Contempló lo que le había sido predestinado con la garganta acongojada, con ojos por el brillo del mar y la humanidad reflejados; saboreando una ambrosía divina de la que no muchos han sido dignos. Y así, el nombre de Vasco Núñez de Balboa: un extraño, un noble arruinado, una leyenda, un mártir… brilló. Brilló tanto como la humanidad se lo permitió.

domingo, 24 de mayo de 2009

Una historia verdadera


Fue una tarde muy introspectiva y la noche no parecía plantearse de manera diferente. Los ingredientes básicos, los esenciales. Yo, mi inquietud y algo en lo que pensar. Como sazonador, decidí añadir un toque de especias viciosas; una cajetilla de tabaco, comprada expresamente para aguantar la larga noche; una botella de vino, el más barato que encontré, puesto que el fin no era precisamente el del placer degustador; y, por último, la esperanza de encontrar en una de las muchas caratulas una historia que pudiese propulsar todos elementos al estado deseado.

La decisión fue unánime. El tabaco y el alcohol decidieron el título del largometraje que perturbaría la noche y, quien sabía, quizás el sueño también. El rótulo sobreimpreso me impacto de inmediato, “Una historia verdadera” de David Lynch. Dadas las circunstancias y la irrealidad de la situación me pareció contradictoriamente gracioso, así que preparé todos los elementos indispensables para proceder con mi plan.

Primera aproximación: demasiado cotidiano, prosaicamente vulgar para cumplir las expectativas que tenía puestas para esa noche. Pero una vez más, mi predilección por el director salvo lo que hubiese sido un cambio de planes insatisfactorio. La película comenzó con una serie de planos descriptivos en los que se mostraba un típico paisaje del norte de EE.UU. Pincelando la trama paulatinamente, dejaba de lado el apresuramiento típico, para asentar las bases de una historia prometedora: un veterano de la segunda guerra mundial con artritis y casi ciego, está a punto de emprender un viaje con su segadora (sí, su segadora) a través de los vastos campos de Iowa hasta llegar a casa de su hermano moribundo en Wisconsin. Con ánimo, inunde la copa con otra dosis de efusividad.

A medida que avanzaba la película, no pude evitar sentir que lo que era narrado era la historia de un camino. No obstante, las vicisitudes no la limitaron a una simple anécdota. Noté de inmediato algo extraño en la mirada del protagonista. Con el tiempo, me di cuenta que los hechos no tomaban de la mano a los protagonistas, sino al revés. El flujo del devenir ya no era irrevocable, sino que sus corrientes podían y eran conducidas por aquellos que le daban significado.

Tras acabar de ver la película, me tomé todo el tiempo que el ajetreado mundo me ha venido arrancando para observar el paisaje que tantas veces ha llamado a mi ventana. Contemplé con detalle todo lo que me envolvía con esmero, como si encerrase un secreto que había de averiguar. Por un momento creí oler los versos de Herman Hesse fundiéndose con el perfumado aroma de la noche.

Y en un momento dado, decidí mirar la hora: las 03:45. Había pasado una hora y media desde los créditos revestidos con la tierna música de Angelo Baladamenti y la sensación había sido aunque efímera (a mi parecer al menos), muy intensa. Tenía que imprimir esta sensación de alguna manera para no olvidarla y, mejor aún, poder revivirla en algún otro momento de mi vida. Así que abrí un documento de Word y escribí lo siguiente:

Canto, canto esta oda al individuo que respira presente y exhala futuro, individuo que bombea tiempo, tiempo que le perteneció, pertenece y siempre le pertenecerá.

lunes, 18 de mayo de 2009

俳句

He aquí el elemento sintetizador por antonomasia, el haiku. Estos son poemas breves de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Me recuerda, en parte, sino fuese porque tiene una finalidad ética y moral menos degradante, a la labor de un copywriter publicitario. Claro está, la diferencia es que el verdadero arte agota su finalidad en sí mismo y no en el bolsillo de los contribuyentes corporativos.

Aquí viene mi zambullida en el arte japonés pre-tokugaico


Vivió su vida
Soñando levantado
Murió tumbado


Ojos azules
Rehúyen cementerios,
Eterno agobio


Tortuga sedienta
Caparazón desalojado
Sonrisa felina


Las parcas tejen
Sombras languideciendo
Zapatos de nadie




Sazonado con una buena dosis de Hipócrates

Comienzo esta sección de aforismos, que iré complementando con el paso del tiempo (a medida que mi capacidad de síntesis vislumbre esencias y principios varios), coronando con una cereza el pastel. Una frase del tirano compasivo, Julio César, el general romano de la famosa decimotercera legión, tras haberle sido comunicado el fallo del Senado que le declaraba un traidor a la República y, por lo tanto, un desterrado.

"Los hombres creen lo que quieren creer"

He aquí mis ocurrencias. IMPORTANTE: Ante cualquier indicio de inexactitud, irracionalidad o subjetividad errada, por favor relean el primer aforismo mostrado.

"Nuestros problemas son tan importantes, como importancia les otorguemos"

"La ambición en mayor o menor grado plasmada conforma nuestra personalidad"

"El hombre al igual que el niño no sabe de dónde viene ni a dónde va, la única diferencia entre ellos es la consciencia de este planteamiento por parte del primero y la ignorancia del mismo por parte del segundo".

El absurdo del poeta



- ¡Ayer estuve en la Luna!

- ¡Fantástico! ¿Y qué tal fue?

- Bien, supongo. Estaba vacía.

- ¿Y eso?

- Era domingo.

- ¿Por eso volviste?

- No. Me olvidé el tabaco.

sábado, 16 de mayo de 2009

Cuéntame mi querido Odiseo qué viste


Ante tus ojos nací llorando; por cada lágrima suspirada, las parcas habían previsto un final distinto, pero sólo uno describieron con sus hilos. Y desconociendo las profundidades en las que ciegamente me sumergía decidí salir a respirar para desfallecer en el futuro por razón y no por designio ajeno. Alenté mi mirada con la futura nostalgia que tu pelo me otorgaría allí donde me dirigiera. Llené mis maletas con las huellas que ambos dejamos, las recientes y las desgastadas, las voluntarias e involuntarias, las dolorosas y las reconfortantes. Y con mirada fija en la línea divisora, partí, rumbo a todos los sitios y a ninguno en especial, a cualquier lugar que no estuviese en el mapa de tu conformidad.

Desaparecí, para recorrer cuantiosos mares y tierras dispares; desaparecí, para encontrarme a mí mismo. Cada paso que di tuve que lidiar con mi alma, con aquello que mi subconsciente y mi naturaleza proyectaba. Y en nada me reconstituí salvo en la esperanza de volver a tu lado, pero mi querida, no era aún la hora, no era aún la hora.

Así que, con mano firme viré mi alma, aprovechando uno de sus muchos bandazos, para poner rumbo a las posibilidades que la humanidad me otorgaba. Descubrí todo aquello que por alguna razón se presentaba ante mí como algo pernicioso, disidente de ayudarme a volver junto a ti, pero pronto comprendí que los intrínsecos caminos del amor a otros y, lo más importante, a uno mismo, no me dejaban entrever la sinergia entre mi ambición y mi destino. Tomé pues, la consecuente decisión de surcar los brillantes mares de la promiscuidad en busca de cuantas más vivencias mejor. Y, acaso no es la vida la miscelánea de nuestras experiencias. Es así como viví muchos más años de los que dicen he vivido. Describí toda mi realidad entre viraje y viraje y la resonancia del devenir se asomaba por cada ola que la proa de mi iniciativa rompía.

Mientras cada peripecia me otorgaba la plenitud y saciaba mi sed, la sola falta de una cosa no sólo me recordaba que no la tenía, no era meramente un defecto parcial sino un trastorno de todo, un estado nuevo que nunca pudo preverse en el estado anterior. Renací de entre las cenizas de la pasividad para experimentar la posesión, la astucia, la decepción, la admiración, la envidia, la desidia, el añoro, la soledad, el desconsuelo, la tribulación; todo un entramado de sentimientos que no dejaban de hacerme más humano; y a lo que otros hubiesen llamado sinsabor, yo lo saboreaba como si de divina ambrosía se tratase, sintiendo cada gota de dulce musicalidad que la naturaleza había desprovisto a los corazones sedentarios y las almas indeterminadas.

Y mientras físicamente envejecía, iba medrando por dentro, rellenando los recovecos de mi insignificante existencia con tesoros que muchos pasaban por alto, ¡que no sabían que querían poseer!

¡Animal de costumbre! ¿Acaso hemos olvidado nuestro pasado? Mi amada, acaso no soñaste tú con esclarecer los montes lejanos, acariciar las olas de la eternidad, sentir el céfiro divino arrastrar la hermosura de la bóveda celestial; no fuiste tú la que prometiste otear las distancias desde aquellos ojos por dios entregados.

Mi querida Penélope, dime cuántas veces el espejo ha pintado tu vívida pupila en tu rostro helado; dime cuándo ha dejado de efervescer tu juventud; dime en qué momento comenzaste a tenerle miedo a la muerte y yo te diré cuándo dejaste de vivir.

Y aquí me muestro ante ti, después de tan largo viaje, para postrarme anti ti, mi amor, mi musa, puesto que fue tu mirada la que despertó en mí la sed de una ilusión desconocida, pero no le daba nada para saciarla. Así, te pido perdón y te doy las gracias a la vez, y me reúno contigo, puesto que quiero que la persona que me vio nacer, contemple el crepúsculo que los dioses para mí han previsto.

Lo sé. Probablemente, la gente dirá que estoy demente, habrá alguno más avispado que afirmará que nada de lo que hice mereció la pena y no tiene ningún sentido. Querida mía, si ese fuese el caso, no les contestaré absolutamente nada, pero a ti te diré lo siguiente: en los albores de mi ocaso, cuando la muerte se acerque a mí sonriente, seré el hombre que mayor sonrisa le devolverá sobre la faz del planeta.
Narenei

viernes, 15 de mayo de 2009

Realidad Onírica

El otro día rescaté un pequeño cuento que escribí el primer año que estuve en Barcelona. De hecho, en un principio lo iba a enviar a un concurso, pero al final acabé desechándolo. Algo puramente típico en mí.







Alicia, al girar la cabeza, sintió como la infinidad se cernió sobre ella. Desafiante, el camino se postraba como perfecto, el aire se movía con suave monotonía, la tierra no mostraba contrastes de color, los árboles erguidos se mantenían a fuerza de voluntad. Desconcertada, Alicia volvió a mirar a su alrededor, desesperada, preguntó a uno de los muchos que podía responderle.

- ¿Sabe usted dónde estoy?- preguntó Alicia con amable cortesía.
- .- contestó el viejo y sabio árbol con certeza. – Te encuentras en el lugar en el que crees nunca haber estado, pero en el que nunca has dejado de estar.

Confundida al recibir la respuesta y pensando que, desafortunadamente, insistir en la pregunta no le llevaría a nada excepto a postrarse como redundantemente ignorante, pensó en hacer otra pregunta para poder así, medrar en su conocimiento acerca del lugar.

- Podría usted decirme, ¿por qué si giro la cabeza no veré más que una barahúnda de árboles caídos y en cambio, si miro hacia delante veo la alegría de la vida arbórea?- preguntó exasperadamente Alicia.


- Querida forastera, dada la efímera duración de tu visita, te explicaré por qué, erróneamente, crees que este lugar se rige por las manillas de la dirección. Al igual que en medio del océano, este lugar está encadenado a una corriente, a un devenir, del que tristemente todos somos prisioneros. Inexorablemente, a lo largo de este interminable recorrido de dos direcciones y un solo sentido, unos caen y otros esperan caer. Vivimos nuestra vida arraigados a la muerte, esclavos del tiempo.

Una vez más, la prolijidad y la complejidad de las palabras del árbol dejaron anonadada a Alicia. El análisis que estaba llevando a cabo de aquella realidad era demasiado superficial para poder comprender su verdadera esencia. De pronto, su curiosidad salto sobre ella como un felino sobre su pasiva presa, resultando en la elaboración de una nueva pregunta, esta vez directa y angustiosamente irritada.

- Oiga, ¿puede decirme sin ambages qué lugar es este?

Doblegándose ante el ímpetu de la pregunta, el árbol finalmente contestó a la pregunta.

- Caminas el largo e inevitable camino de la eternidad, amparado por el bosque de la vida.- contestó impasiblemente el árbol.- Lo que conscientemente se postra como una duda ante ti, inconscientemente se muestra como la respuesta de todo aquello que nunca has sabido explicar, pero siempre has sabido comprender. Todos estamos impregnados de la esencia de la eternidad, al igual que ella está empapada con la esencia de cada uno de nosotros. Sin embargo, somos más importantes para ella, que ella para nosotros, puesto que sin la vida, ¿qué sería de la eternidad?, no sería eternidad infinita mas que para ella misma. No habría nada a lo que pudiese aplicar su cruel e ineludible devenir.

Alicia, deslumbrada por las enrevesadas, pero bien logradas palabras de su nuevo confidente, prosiguió a analizar en profundidad su situación y el lugar en el que estaba para poder así, alcanzar una resolución satisfactoria.

- Y… Si bien ando el camino que no debería andar, que entiendo aun sin comprender, ¿cómo es que puedo elegir la dirección y el sentido en el que caminar?- preguntó pertinentemente Alicia.

Con una mirada serena, el árbol dejó entrever una mirada comprensiva.

- Abre el cristal cárnico que separa los sueños de la realidad y obtendrás tu respuesta.

25/03/2007

jueves, 14 de mayo de 2009

Modernidad Líquida. Zygmunt Bauman

La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados […] Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto. Entonces, todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?

Paul Valéry



Según la Encyclopædia Britannica la diferencia entre un sólido y un líquido es que antagónicamente, los segundos “sufren un continuo cambio de forma cuando se los somete a esa tensión”. De ahí, el maravilloso título de este ensayo. La postmodernidad como modernidad líquida. La transitoriedad se plasma en esta figura: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados” ("La modernidad líquida". Zygmunt Bauman.). Así, el líquido postmodernista fragmenta esos grandes bloques que comienzan a herniar la espalda. El fluido se centra en el minucioso análisis de lo construido para proceder a deconstruirlo o destruirlo (según el temperamento del autor). La postmodernidad no busca un sincretismo cultural y cognitivo. No. Entre sus filas se encuentran niños con bulldozers, dispuestos a destruir indiscriminadamente todo lo que se tiene en pie.



En Modernidad Líquida Bauman tiene como objeto esto mismo. No ofrece teorías o nuevos sistemas, se limita a señalar contradicciones y atentar contra las convenciones que atan las relaciones humanas. Surfeando las olas de una sociedad líquida, progresivamente nos vemos inmersos en una realidad onírica fragmentada y flexible. Una verdad que apuñala la modernidad (y no hablemos de corrientes anteriores), rasga las vestiduras del “sentido común” y provoca el abandono de compromisos y lealtades.

Las sociedades postmodernas son austeras y pragmáticas. Si bien existen solidaridades esporádicas estas obedecen a una relación de beneficio propio, lo que Richard Rorty describe como “esperanza egoísta común”. Siendo totalmente francos, Bauman remite la idea del “líquido” de la modernidad a un estado de limbo superado en el que se esperaba para entrar al postmodernismo. La estructuración y la categorización han perdido la raigambre que les mantenía en pie y ahora “el secreto del éxito reside en evitar convertir en habitual todo asiento particular”.

Así, la razón no encuentra una base sólida donde apuntalar la reflexión. Como bien auguraron varios escritores y pensadores del siglo XIX y XX, la razón no es el único proyector de la realidad. Mientras que Freud remite todo al subconsciente, Heidegger señaló que el pensamiento occidental suele objetivar, calcular y racionalizar todos los aspectos que nos rodean, obviando otras dimensiones de lo real.

lunes, 4 de mayo de 2009

Puestos a leer decidí imaginar...

- ¡Tienes la cabeza más levantada que bajada! ¿No se supone que lees?

- Sí, eso mismo hago.


Inauguro esta sección de microrrelatos para divagadores. Aquellos que con una sola frase pueden crear un mundo, bifurcar la imaginación, para pincelar su propio paisaje y escribir su propia historia de tantas maneras y formas como vea conveniente y/o placentero.


"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Augusto Monterroso

"El emigrante" de Luis Felipe Lomelí.
-"¿Olvida usted algo? -¡Ojalá!".


"Al despertar, miro tu foto en la mesilla para no olvidar que soy feliz contigo; por las noches, al llegar a casa, busco de nueva esa imagen para no tener que mirarte a la cara". Enviado a El País.

lunes, 27 de abril de 2009

Único en su especie



Si algo nos caracteriza a todos, es el afán por transgredir los límites que nos cercan o, al menos, soñar con que lo hacemos. Esta sublimación freudiana que, partiendo de la presión contextual nos eleva a un mundo en el que nos realizamos como individuos propios y únicos, no es sino un atisbo efímero de un alter ego, por así decirlo, que nos separa de la realidad cotidiana para devolvernos ulteriormente a un estado de normalidad e igualdad ante el resto de personas.

La increíble mitología que rodea a los superhéroes de comics no dista mucho de esta idea. Batman o Bruce Wayne, Spiderman o Peter Parker, se autorrealizaban como individuos tan solo cuando se convertían en su respectivo alter ego; su traje, su motor sublimador.

Y, probablemente, es por esto por lo que Superman es un superhéroe único e incomparable, o al menos, lo es la mitología que lo envuelve. Muchos aseveraran que no es un buen dibujo o que el argumento no está muy logrado y, desde luego, no andan faltos de razón. No obstante, el factor diferenciador reside en su naturaleza. Superman, nació como Superman, es decir, Clark Kent es su alter ego. A diferencia de Spiderman o Batman, donde el personaje se despierta siendo Peter Parker o Bruce Wayne y tiene que ponerse un traje para ser Spiderman o Batman, Superman no se convierte en Superman, es así durante todo el día. De hecho, su colorido traje bordado con esa distintiva “S”, era la ropa que llevaba puesta cuando sus humildes padres le encontraron en un campo cerca de Smallville. Es decir, las gafas, el traje azul, todo aquello característico de Clark Kent, es su disfraz.

Así, Superman lleva a cabo una crítica a la humanidad entera, se muestra a Clark Kent como un hombre irresuelto, débil, que no confía en sí. Esta es la visión que Superman tiene de nosotros. Pero, Joe Shuster y Jerry Siegel van más allá. ¿Por qué habría un hombre que puede volar, destrozar a todo un ejército con una mano a la espalda, incluso retroceder en el tiempo, tener que disfrazarse de Clark Kent, ese periodista apático e indeciso a quien nadie respeta?

Dando la vuelta a la tortilla, estos dos americanos se plantearon la problemática a la inversa. Sí, bien, sabemos que la gente tiende a querer diferenciarse por naturaleza. Pero qué hay de aquél que habiendo nacido con el don del virtuoso, tiene la querencia de asemejarse a los demás, de pasar a formar parte de la muchedumbre y calmar los dedos señaladores. Qué del genio que sabiendo 13 idiomas, matemáticas, física y neurología, decidió salir un día de su cuarto a tomar una cerveza en el bar de abajo, aun sintiendo desprecio por lo cotidiano.

Y es que a la vez que estos dos visionarios critican la raza humana, constatan la imposibilidad de vivir al margen de ésta. Es así como Superman, único en su especie, se conforma como un Dios entre semidioses en el vasto mundo de la mitología de los comics.

lunes, 20 de abril de 2009

Pequeños retazos de introspección

Éranse una vez mil cuentos dentro de un cuento. Cogido por los finos hilos de la narración, el cuento conformó su historia en base a ellos. Eso sí, pocas veces se dio cuenta de su importancia, salvo cuando de manera dispar oía el rumor de alguno atravesando distancias.

A medida que crecía, el cuento iba describiendo un rostro más frío, pero una pupila más cálida. Hasta que un día analizando su bibliografía se dio cuenta de su origen y decidió volver de su desenlace a esa dulce y tierna introducción que tanto le inspiró a escribir su desarrollo.

domingo, 22 de marzo de 2009

El peor enemigo de la creatividad

Alabad a vuestro nuevo señor, profesareis su credo y destituiréis cualquier signo de disidencia ante su acaparador poder. Así dicho, colocad todo aquello adquirido con "vuestro criterio" en un altar para alabar al omnipresente, atemporal y todo poderoso dios del buen gusto.

Y es que desde los luminosos recovecos de una casa de campo decimonónica brota la voz de Nietzsche para resaltar la supresión del superhombre, la relegación de un tesoro que sólo nos es propio a nosotros mismos. Desoyendo el arrebato de Zulueta, minamos cada vez más ese susurro, esa latencia que poco a poco se apaga y, al mismo tiempo, acaba con nuestro ser.


Poniendo precio al conformismo estético-social nos sentimos mejor: ¿si es caro, como puede ser de mal gusto? Exacto, es prácticamente imposible que nuestro criterio erre si vamos con el fajo de billetes por delante. Desgraciadamente es así y probablemente, como Teseo, estemos demasiado sumergidos en el laberinto como para encontrar el camino recto sin ayuda. Aún así, el negocio prosigue y sólo de vez en cuando de entre la espesa niebla del “lameculerismo” se asoma un atisbo de verdadero criterio, un soplo de aire innovador que pronto amainará para dejar paso de nuevo al mal olor.

El batacazo con tanta vergüenza acogido por los coleccionistas que ejemplifica esto a la perfección ha sido el cuadro pintado por el supuesto alumno de Goya, que hasta ahora se había considerado obra del maestro de la pintura negra.

La verdad, la selección de estas obras de arte por coleccionistas amantes de la jactancia hogareña, propia de la pedantería aristocrática del siglo XIX, dejan entrever en muchas ocasiones la frustración de no poder tener la capacidad crítica y el juicio para conformar un criterio propio.

De entre todo esto, contemplamos esfuerzos (muchas veces, ejercicios de futilidad) dirigidos a desapegarse del fango de la mediocridad, de crear eco sonoro entre las paredes de los altos estratos artísticos mediante la adquisición de obras de arte vanguardistas. Y no sobre estos se encuentran aquellos que atendiendo el pretexto artístico compran grandes obras maestras para mantener fijos sus activos a lo largo de las fluctuaciones económicas.

Lástima, sin lugar a duda, no por la cantidad de coleccionistas sin personalidad propia, sino por los estándares tan fuertemente apuntalados que gestan una amonestación para que desechemos nuestro sincero gusto y lo sustituyamos por otro que no es nuestro, pero sí es “bueno”.

Así que, sin más dilación subamos todos al monte Carras y elijamos el bloque de mármol que más nos cautive y, vayamos incluso más lejos, demos forma a un gusto que se agote en nosotros mismos y esculpamos en ella las santas palabras que tantas veces nos ha costado pronunciar y todavía más gritar: “el retirado del mundo, conquista ahora su mundo”.

Narenei
Alter Ego, Alter Nos

Me llamo Raymond, supongo que en parte ya me conocéis. Quizá no haya mucho en lo que explayarme considerando que lo más trascendental ya está explicitado, dado que si como bien se dice, nos conformamos en tanto los demás nos ven, somos una mera descripción del imaginario social conjunto. Ese es mi alter ego y también el tuyo, la concatenación de una serie de representaciones artísticas y culturales que plasman nuestro carácter como conjunto, que definen una opinión generalizada de una actitud y un pensamiento diluido en el conglomerado social.
Una descripción un tanto drástica; ¿acaso habrá una salida a todo este embrollo? Algunos aclaman que los estereotipos en el arte y la sociedad son imprescindibles, en tanto pueden ser destruidos, pero la realidad es que nuestra dependencia a estos es tan inherente como lo es nuestra pretensión a reducir y simplificar tendenciosamente cualquier objeto de pensamiento que nos repare complejidad. Pero, ¿podremos algún día construir los tabiques de la innovación sin reposarlos sobre los cimientos de los estereotipos pautados? La respuesta se limita a la afirmación tantas veces dada: somos lo que experimentamos. Ahora bien, son las asociaciones más o menos remotas las que pueden aflojar más o menos las riendas de esta montura secular. El estiramiento de ese cuarto compás para dar cabida a la nota que “no toca”, captar el momento de luz, más allá de las formas que subyacen bajo éste. Y es que del primer espasmo de disidencia e inconformismo surge el genio, la individualidad creativa y artística, aquella que introduce una nueva variable a la ecuación, o mejor aún, altera su orden para denotar un nuevo tipo de belleza mucho más complaciente y alejada de cualquier verdad cansada.
Desafortunadamente, la maquinaria engranada que sustenta la composición creativa ha puesto etiqueta y marca a cada uno de sus ahora “productos” y llegada la curiosidad masiva del público extranjero lo han bordado con unas preciosas lentejuelas que brillan un bonito “made in Spain”. En el caso de la música, la conformidad ante las exigencias de una discográfica puede significar la subyugación (incluso a veces la destrucción) de la personalidad individual creativa del autor musical

La costumbre es un gigante difícil de apedrear, pero cuando se derriba, el clamor hacía su entramado pasivo es total. Y es que cuándo no nos hemos preguntado cuántas veces hemos recorrido el mismo camino, porque pues seguimos resignándonos al mismo paisaje. Hay hipótesis que adjudican este tipo de comportamientos a la armonía innata, es decir, a nuestra predisposición a sentir apego por lo bonito para el ojo. Pero, si bien las rupturas con este tipo de armonía no nos reportan un placer inmediato, sí lo hacen posteriormente y con creces. ¡Hay!, pero que sería de nosotros si pudiésemos postergar un placer inmediato en pos de uno venidero de mayor envergadura. La respuesta es simple: dejaríamos de ser animales. Es por eso, que los estereotipos agilizan la tarea, conectan con el apelado de manera primitiva y conocida, para que este pueda entender y, consecuentemente, disfrutar. Y es aquí donde entra en juego el alter ego de los mayores genios de la historia, esa tendencia de superhéroe con trastorno bipolar. Los retratos de Ignacio Pinazo o los anuncios de Penélope Cruz estereotipados en yuxtaposición con sus realizaciones artísticas propias, conservando su identidad creadora. Porque, no nos engañemos, ellos mismos son conscientes del grado de alienación propiamente gestado.

lunes, 23 de febrero de 2009

La Expulsión de los Moriscos




La expulsión de los moriscos en 1609 fue un punto de inflexión tanto en la economía y la política, como en la demografía y la sociedad de la modernidad española. Este hito de la leyenda negra de la monarquía española en la Edad Moderna se justificó por motivos religiosos y de seguridad nacional pero, en última instancia, no fue más que una operación para resaltar la imagen de la monarquía.

No obstante, la controversia surgió inmediatamente cuando el recién allegado monarca, Felipe III, decretó la salida del país de 300.000 de sus súbditos, sin importarle ni el coste humano ni los efectos sobre la economía del país. Incluso desde un punto de vista religioso, la medida era discutible, puesto que ignoraba de entre los moriscos a aquellos convertidos verdaderamente al cristianismo.

Ahora bien, para comprender exactamente las vicisitudes de este acontecimiento hemos de contemplar la situación sociopolítica singular que hasta el momento se dio en España. Los moriscos se consolidaron como minoría religiosa desde los principios de la Reconquista y se mantuvieron como tal hasta 1502, cuando se desechó el tratado de autonomía religiosa a cambio de lealtad política y servicios fiscales y se decretó la conversión forzosa de los musulmanes al cristianismo. Aunque oficiado por escrito, en la práctica no cambio demasiado; los moriscos se mantuvieron como una comunidad aparte, en aldeas y barrios separados, hablando su lengua y profesando el islamismo. Ciertamente, la Iglesia trató de fomentar la conversión evangélica sincera sin mucho éxito, al tiempo que rebrotaban regularmente las tensiones entre cristianos y moriscos.

Después de poner en práctica todas las alternativas que las autoridades eclesiásticas y gubernamentales tenían a su alcance, los sectores radicales de las instituciones mencionadas se convencieron de la imposibilidad de la asimilación y del peligro que suponía para la seguridad nacional tener adeptos de religiones profesadas en países enemigos limítrofes (Marruecos). La única solución viable pues: desterrar a toda la comunidad morisca de la Península.
La primera aproximación de este dictamen la llevó a cabo en 1582 un monarca de férrea convicción cristiana y nacionalista, Felipe II. Empero, fue su hijo, quien respaldado por el duque de Lerma dio la implacable orden.



El edicto de expulsión fijaba un plazo de tres días para que los moriscos recogiesen sus enseres y las pertenencias que no habían vendido y se reuniesen en los puntos de embarque. En contra de las expectativas, el proceso de expulsión se llevó a cabo, generalmente, de forma pacífica, atribuido principalmente al escalonamiento de las salidas. En primer lugar, marcharon los valencianos, los más numerosos y también los que se temía que planteasen más resistencia, seguidos por los de Andalucía, luego Castilla y finalmente Aragón.
También ayudó la predisposición de muchos moriscos a aceptar el exilio incluso antes de darse la orden final, debido principalmente al maltrato padecido por parte de los señores y la malquerencia de los cristianos. Pero este ambiente cambió llegadas noticias sobre el recibimiento de los primeros emigrados en tierras norteafricanas y las instancias de para quedarse comenzaron a proliferar. Sin embargo, el gobierno se mostró inflexible ante cualquier tipo de petición y reprimió con máxima dureza los movimientos de resistencia violenta que se produjeron, sobre todo, en Valencia.

Una vez cometida la expulsión con éxito, la monarquía no tardó en comunicar la resolución como un triunfo absoluto e incitar todo tipo de propaganda favorable a su decisión. De entre los entusiastas, destacó el fraile dominicano Jaime Bleda que ensalzó la decisión “santa” del rey , con al que se había extirpado del cuerpo de la monarquía el “virus” que la corroía, la “raza” de apóstatas que manchaban la imagen de la nación más católica de Europa. Para Bleda, con la expulsión de los moriscos, se ponía punto y final a un capítulo de la historia: La Reconquista. Las rutas de los desterrados estuvieron predeterminadas para dirigirlos desde los puertos asignados a Orán, desde donde se repartirían por los destinos finales en Marruecos, Argelia y Túnez, el país que les dispensó la mejor acogida. Los moriscos asentados en emplazamientos como Roncesvalles, Irún o Somport cruzaron los Pirineos para entrar en Francia, desde donde tomaron la ruta de Italia, el norte de África o el Imperio Otomano.