sábado, 16 de mayo de 2009

Cuéntame mi querido Odiseo qué viste


Ante tus ojos nací llorando; por cada lágrima suspirada, las parcas habían previsto un final distinto, pero sólo uno describieron con sus hilos. Y desconociendo las profundidades en las que ciegamente me sumergía decidí salir a respirar para desfallecer en el futuro por razón y no por designio ajeno. Alenté mi mirada con la futura nostalgia que tu pelo me otorgaría allí donde me dirigiera. Llené mis maletas con las huellas que ambos dejamos, las recientes y las desgastadas, las voluntarias e involuntarias, las dolorosas y las reconfortantes. Y con mirada fija en la línea divisora, partí, rumbo a todos los sitios y a ninguno en especial, a cualquier lugar que no estuviese en el mapa de tu conformidad.

Desaparecí, para recorrer cuantiosos mares y tierras dispares; desaparecí, para encontrarme a mí mismo. Cada paso que di tuve que lidiar con mi alma, con aquello que mi subconsciente y mi naturaleza proyectaba. Y en nada me reconstituí salvo en la esperanza de volver a tu lado, pero mi querida, no era aún la hora, no era aún la hora.

Así que, con mano firme viré mi alma, aprovechando uno de sus muchos bandazos, para poner rumbo a las posibilidades que la humanidad me otorgaba. Descubrí todo aquello que por alguna razón se presentaba ante mí como algo pernicioso, disidente de ayudarme a volver junto a ti, pero pronto comprendí que los intrínsecos caminos del amor a otros y, lo más importante, a uno mismo, no me dejaban entrever la sinergia entre mi ambición y mi destino. Tomé pues, la consecuente decisión de surcar los brillantes mares de la promiscuidad en busca de cuantas más vivencias mejor. Y, acaso no es la vida la miscelánea de nuestras experiencias. Es así como viví muchos más años de los que dicen he vivido. Describí toda mi realidad entre viraje y viraje y la resonancia del devenir se asomaba por cada ola que la proa de mi iniciativa rompía.

Mientras cada peripecia me otorgaba la plenitud y saciaba mi sed, la sola falta de una cosa no sólo me recordaba que no la tenía, no era meramente un defecto parcial sino un trastorno de todo, un estado nuevo que nunca pudo preverse en el estado anterior. Renací de entre las cenizas de la pasividad para experimentar la posesión, la astucia, la decepción, la admiración, la envidia, la desidia, el añoro, la soledad, el desconsuelo, la tribulación; todo un entramado de sentimientos que no dejaban de hacerme más humano; y a lo que otros hubiesen llamado sinsabor, yo lo saboreaba como si de divina ambrosía se tratase, sintiendo cada gota de dulce musicalidad que la naturaleza había desprovisto a los corazones sedentarios y las almas indeterminadas.

Y mientras físicamente envejecía, iba medrando por dentro, rellenando los recovecos de mi insignificante existencia con tesoros que muchos pasaban por alto, ¡que no sabían que querían poseer!

¡Animal de costumbre! ¿Acaso hemos olvidado nuestro pasado? Mi amada, acaso no soñaste tú con esclarecer los montes lejanos, acariciar las olas de la eternidad, sentir el céfiro divino arrastrar la hermosura de la bóveda celestial; no fuiste tú la que prometiste otear las distancias desde aquellos ojos por dios entregados.

Mi querida Penélope, dime cuántas veces el espejo ha pintado tu vívida pupila en tu rostro helado; dime cuándo ha dejado de efervescer tu juventud; dime en qué momento comenzaste a tenerle miedo a la muerte y yo te diré cuándo dejaste de vivir.

Y aquí me muestro ante ti, después de tan largo viaje, para postrarme anti ti, mi amor, mi musa, puesto que fue tu mirada la que despertó en mí la sed de una ilusión desconocida, pero no le daba nada para saciarla. Así, te pido perdón y te doy las gracias a la vez, y me reúno contigo, puesto que quiero que la persona que me vio nacer, contemple el crepúsculo que los dioses para mí han previsto.

Lo sé. Probablemente, la gente dirá que estoy demente, habrá alguno más avispado que afirmará que nada de lo que hice mereció la pena y no tiene ningún sentido. Querida mía, si ese fuese el caso, no les contestaré absolutamente nada, pero a ti te diré lo siguiente: en los albores de mi ocaso, cuando la muerte se acerque a mí sonriente, seré el hombre que mayor sonrisa le devolverá sobre la faz del planeta.
Narenei

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